Estètica Maldad
Con ´"estética maldad..." Este lugar está dedicado a la Autora, Escritora, Médica y Psicóloga: Dra. Amalia M Raffo. Ganadora del Premio EMECE 1989 con su libro de cuentos "EL ANGEL VERDE" y otros Premios y distinciones. AMALIA M RAFFO: Un ser humano extraordinario que rodeo de amor todo lo que tocó. Las personas que tuvimos el honor de conocerla fuimos doblemente privilegiadas por su inteligencia y su grandeza de espiritu. Su amor, mas allá de la muerte, permanece con y en nosotros. Así como ella jamás se irá de nuestro corazón hasta que volvamos a encontrarnos, para reir nuevamente juntas "con estética maldad..." FANTASMA EN EL MIRADOR Si la gente supiera lo agradable que es estar muerto se apresuraría a abandonar el ridículo mundo de los vivos. Los fantasmas usamos al mundo de los vivos como lugar de turismo; cuando nosotros andamos por allí, hay movimiento y diversión; si no, aquello se parece a los balnearios y estaciones termales cuando, una vez cerrada la temporada, son un asco de aburridos. La gente ni sospecha la cantidad de fantasmas que circulan de incógnito. Como somos por definición espíritus desencarnados, para ingresar, en lo que suele llamarse realidad, debemos adoptar una forma material. Ahí viene lo bueno, lo gracioso, lo que nadie imagina. Dicho sea de paso, los vivos son increíblemente lentos de entendederas; todavía están en aquello de la sábana y arrastrar cadenas. Ñoñeces, tonterías; la verdad es muy otra. Los fantasmas tomamos cualquier apariencia; podemos convertirnos en lo que sea; nosotros mismos nos llevamos cada sorpresa…Días pasados fui a un casamiento y reconocí a mi primo Juan Enrique, (el que murió en la guerra), transformado en panera de plata calada; figuraba entre los regalos. Después me enteré de que esa panera –es decir Juan Enrique – circula de un casamiento a otro, todos la aborrecen por incómoda y antipática; se apresuran a deshacerse de ella regalándola en la primera ocasión. Juan Enrique, pobre, tan frívolo y maligno, (como en vida), se divierte y está contentísimo. Muchos se cruzan diariamente con fantasmas sin sospecharlo. Oyen el toque musical del afilador que pasa por la calle, bajan con las manos llenas de tijeras y cuchillos; ya no está allí y nadie lo ha visto. Porque es un fantasma. ¿Y esa gallina que cloquea obsesivamente durante las siestas de verano y a la que muchos buscan con el fin de decapitarla, alguna vez fue hallada? No, porque es un fantasma, como también lo es el dentista a quien, con las caras hinchadas esperan los pacientes y que no llegará; y la monja que saluda con la mano desde la ventanilla de un ómnibus que pasa. Quien vea una tortuga de aljibe donde no hay aljibe, por ejemplo en la intersección de Culpina y Bolaños, seguro que está ante un fantasma. En este caso los hechos no son tan sencillos; no tardará en aparecer un aljibe alrededor de la tortuga y será un aljibe fantasma. Como la tortuga y su aljibe, nosotros podemos crear mágicamente los lugares que en vida fueron nuestros. Si en la realidad del mundo los perdimos aquí los recuperaremos según nuestra voluntad y así ocurre con todo lo que una vez amamos: Lo perdido aquí nos está esperando para revivir, obediente a nuestro deseo. Lo siento por los Hipurdi-Belza que construyeron una suntuosa quinta para fin de semana justo donde estaba el casco de la estancia vieja “Higueral”. Que le vamos a hacer; ha sido para ellos una desdichada coincidencia. ¿Por qué tengo yo que privarme de volver con mi gata Lou –que también es fantasma- a los lugares donde viví, si no del todo feliz, por lo menos intensamente? Si los Hipurdi-Belza fuesen gente modesta y no atroces rastacueros; si en lugar de este fastuoso mamarracho hubieran edificado una casita-mersa o un chalecito-caca, sentiría escrúpulos en maltratarlos. Pero tal como son las cosas… Otra coincidencia: han construido una gran pileta con forma de riñón, justo en el lugar donde hubo in illo tempore un tanque australiano. Lo recuerdo muy bien, un tanque tan agradable, con un fondo de barro aterciopelado que daba gusto pisarlo con los pies desnudos. Esta gente se lo pasa limpiando histéricamente la pileta y echando porquerías químicas en el agua; insisten en que tiene un olor cenagoso y que forma verdín; hasta creen ver el reflejo de una chapa acanalada. Meras obsesiones. Otra idea fija que se les ha metido en la cabeza: una pared muy gruesa se levanta en medio del comedor. No la ven pero quien sirve la mesa se la lleva por delante y tira los platos al suelo. Aunque son gente de pocas luces, han llegado a descubrir que a un costado de la pared hay una puerta entreabierta y ahora pasan por allí deslizándose de perfil. Cuando don una comida paqueta, no tiene desperdicio la cara que ponen los invitados al ver las evoluciones coreográficas del mucamo que aparece con las fuentes. Por supuesto los Hipurdi-Belza ocultan estas particularidades de la casa como si se tratara de una vergonzosa enfermedad familiar; no quieren que l0s tomen por locos y tiene razón; la gente es muy mala. Pero no hay ningún misterio en esa pared; es simplemente la que separa el corredor de la estancia del cuarto donde los chicos estudian o juegan. Allí hay un piano –ahora un piano fantasma- siempre desafinado que suena de pronto, mientras una voz insegura de adolescente solfea los primeros compases de Carnaval de Venecia: Re, mi. Re, do. Si, do, la.. -Apaguen esa radio –suplica el señor Hipurdi-Belza. No me deja leer las cotizaciones de la Bolsa. -¿Qué radio? Aquí no hay ninguna radio. Y el piano otra vez: Re , Mi , Re , Do. Si, Do, La. -¡Dios, qué castigo! ¡Siempre lo mismo! Si por lo menos cambiara esa musiquita endiablada… Mi gata Lou ha elegido para materializarse la forma de sobra chinesca, de gato, naturalmente. Así es que no ha cambiado de aspecto; ya en vida parecía una sombra chinesca: negra, delgada, hasta tener sólo dos dimensiones, como recortada en un papel; los ojos claros y lanceolados. De noche suele reflejarse en los vidrios de las ventanas. -¡Ya está ahí ese gato! ¡Va a hacer pis. Echalo…que se vaya! Cuando abren la ventana, Lou proyecta sobre una pared su perfil egipcio; este juego la divierte. Lou conserva de su vida anterior , el perfil de Nefertite y un humor un poco cruel. A veces me incita a cometer algún acto depredatorio aunque siempre con motivo justificado. Cuando los dueños de casa y sus amigos juegan a las cartas por las noches, escuchamos sus conversaciones con intención crítica. En algún momento Lou y yo juzgamos que han sobrepasado el tope de la estupidez tolerable y les aplicamos una sanción. En lo que antiguamente fue el mirador –y que en estos días queda sobre el techo de la cocina- viven unos tremendos murciélagos. Nos basta subir hasta allí por la escalera caracol –que ahora pasa por detrás del termo tanque- y traer un par de ejemplares para soltarlos en medio de la reunión. Recuerdo una vez en que, entre mil pavadas y lugares comunes, fue pronunciada esta frase “Los gatos son traicioneros y no quieren a nadie.” Esa noche soltamos seis murciélagos de los más gordos, negros y aterciopelados. Los presentes tuvieron que apagar las luces y salir afuera aunque estaba lloviendo. En las primeras horas de la mañana, cuando todos duermen, el lugar vuelve a ser lo que antes fue; recupera su encanto. Por el medio del jardín viene trotando el potrillo guacho; aquél que sacrificamos porque se quebró las patas al saltar un alambrado. Pasa la cabeza por la ventana y relincha suavemente; le doy azúcar y le rasco entre las orejas. Se queda un rato merodeando; hay que ver con que gracia desentierra los bultos de los tulipanes. El jardín es el de la estancia: la rosa mosqueta, el cedrón y la diosma., el laurel y las dalias. Los tulipanes son de los Hipurdi-Belza. El potrillo escarba la tierra y los saca uno por uno. Lo reprendo con falsa severidad: -¡salga de ahí enseguida! ¡Bandido! ¡Sabandija! El finge asustarse y salta el cerco de ligustro como si volara, pero no me inquieto por su suerte; sé que ya no puede caerse. Lo veo retozar en la cancha de tenis, nueva, impecable. Cuando se levante Hipurdi-Belza se pondrá hecho una fiera. El potrillo: un espejo oscuro sobre el rojo ladrillo. Belleza de animalito. Subirá el mirador; allí está Lou maullando con voz de diva; eso significa que son las seis de la mañana. A esta hora Lou despierta a todos los ocupantes de la casa. ¡Que graciosa es, tan fina, tan estilizada, vociferando con una voz de metales wagnerianos! Pero los Hipurdi-Belza son incapaces de apreciarla, carecen de humor, gente inferior al fin y al cabo. Ahora se levantarán atufados, renegando. La señora Hipurdi-Belza discutirá con el jardinero por los tulipanes desenterrados; su marido con los vecinos; siempre los acusa de estropearle la cancha de tenis. La cercanía de esta gente es verdaderamente molesta; por suerte está el mirador. Noto que el viento cambia de dirección; se oye un chirrido plañidero seguido de un golpe; nadie se explica el origen de estos ruidos. Gente bruta e ignorante, ¿no pueden imaginar –aunque nunca lo hayan visto – un molino con su veleta que gira de pronto y la rueda que empieza a moverse? Cuando cambia el tiempo no hay mejor lugar que mirador; desde allí puede verse toda la región tal como fue y cómo es todavía fuera del mundo, con sus cielos salvajes y sus campos grises. Si abro las ventanas todo parece venir hacia aquí volando por el aire: cardales de las lomas, horizontes desiertos, alta casuarina, espinillo en flor, majadas, polvaredas sobre los caminos; todo viene volando. El mirador tiene vidrios coloreados; quien elija el color podrá ver el paisaje según el ánimo que tenga: rojo si es temerario, verde si esperanzado, amarillo para la duda, amatista para la nostalgia. Hay un vidrio que no tiene color; por él se ve todo lo amado, perdido y en este mundo para siempre reencontrado. Ante ese vidrio incoloro me quedo largo tiempo en el mirador. Amalia M. Raffo www.el-rincon-de-saya.webnode.com.ar