Para los padres...


 

Este Rincón está dedicado a las madres y padres, que han tenido la bendición de tener a sus hijos y con el tiempo pueden caer en el olvido de la fragilidad del corazón y la mente de los que los aman. Escuchen, observen, hablen con ellos y sobre todo, no los hieran, dénles siempre AMOR.

                                                       Saya  Maabar


 

TIC TAC

 

Parece mentira como el espacio y el tiempo iluminan la memoria y ponen color y sentimientos a las cosas.

En uno de esos momentos donde los grandes realizan supuestos hechos “adultos” sin tener en cuenta el efecto que tiene sobre los niños, me encontré en el medio del campo: en una casa en construcción, que ni siquiera, tenía puerta.

A la noche se ponía una tabla sostenida por un tronco de árbol para impedir la entrada de posibles ladrones o visitantes no deseados.

En realidad, solo mi madre y mi hermano de tres años, no había a kilómetros un alma, pero a decir verdad, eso sí, mi madre se preocupaba por la seguridad, a su manera…

La construcción era lenta y los días pasaban salpicados de cal y polvo de ladrillos, pero sin un pequeño atisbo de salvación ante esa fatal y desgastante rutina.

Mi hermano se divertía jugando con alguna ramita y sobretodo, su pasatiempo favorito, era buscar hoyos en la tierra donde encontrara sapitos bebés y luego visitarlos todos los días.

Por mi parte, con mis diez años, me sentía una adulta en cuerpo de niña tratando de olvidar la diversión y los juegos para cuidar a mi hermano mientras el “castillo” de mi madre se construía.

Mi padre estaba trabajando en Buenos Aires y cuando podía venir, se sentaba en la puerta a tomar mate y a admirar, lo que él llamaba  “ese hermoso paisaje” y que yo veía como “ese inmenso desierto verde”.

Los días transcurrían aburridamente lentos y sin sobresaltos.

 Una noche pasó algo que rompió esa terrible monotonía. Se comenzaron a escuchar pequeños ruidos. Mi madre, con la linterna en la mano se levantó de la cama y comenzó a buscar de donde provenía.

Desde la cama, mi hermanito y yo, sólo esperábamos y en el silencio de la noche escuchábamos: TIC TAC…TIC TAC…TIC TAC…

Ese ruido continuó durante varios días: a la noche y también a la madrugada. Por fin, teníamos algo que esperar, de noche cuando comenzaba ese TIC TAC…y acompañados, aunque sea sólo por ese sonido, éramos felices y aprovechábamos para mirar las estrellas.

A la mañana, era nuestro despertador, creo que dormíamos con un ojo abierto para estar atentos a cuando comenzaba el TIC TAC…TIC TAC…

Nuestra madre continuaba con su búsqueda desesperada mientras nosotros deseábamos que el TIC TAC no cesara jamás.

Esos días fueron preciados para nosotros, ya que olvidamos nuestra soledad y tristeza.

Pero todo lo hermoso, dicen, que tiene que tener un final…

Esa mañana mi madre descubrió nuestro ruido encantado: TIC TAC…TIC TAC…, era el sonido que hacía un pequeño ratoncito que se había refugiado entre la precaria alacena y las maderas que se apoyaban al costado de ella.

Lo miramos y pareció hacernos señas con sus brillantes ojitos y sus graciosos bigotes.

Nuestra alegría, sin embargo, no duró mucho. Mi madre vio en TIC TAC, como habíamos decidido llamarlo, la causa de los problemas, las enfermedades y de todas las pestes y calamidades, que se le pudieron ocurrir.

De nada sirvió nuestros pedidos de piedad para el señor TIC TAC  y comenzó a tratar de atraparlo. Primero corrió, luego tomó un palo e intentó golpearlo, pero TIC TAC fue muy audaz y se lanzó tablón abajo y salió al césped.

Un suspiro de alivio salió de nuestras bocas a la vez que vi a mi madre levantar un ladrillo y, en segundos, mientras abrazaba a mi hermano para que no viera, observé como TIC TAC era aplastado por el ladrillo que mi madre le había arrojado. Ella se reía ante el éxito de su empresa y yo trataba de engañar a mi hermano, y tal vez a mi misma, sobre el fin de nuestro querido “ruidito encantado”.

Convencí a mi hermano de que había escapado, luego de largas conversaciones, mientras, secaba sus lágrimas.

Yo, no pude llorar, porque debía seguir representando la obra de teatro que había montado para mi hermanito: una historia donde un pequeño ratoncito gris claro, llamado Señor TIC TAC, corría múltiples aventuras y luego de sortear estoicamente los riesgos, se salvaba de las artimañas de la malvada bruja y vivía feliz por siempre…

Pero, a decir  verdad, cuando el ruidito encantado fue callado para siempre, no solo murió el señor TIC TAC, sino que con él se fue mi infancia, mi inocencia y mi esperanza.

Luego con el paso del tiempo comprendí que él nos dio, en varios días, más que lo que tendríamos en años y por eso: cada vez que miro a mi alrededor  busco ese pequeño ruidito y, a veces, lo encuentro: en las campanadas de un reloj, en el ruido del agua hirviendo, en las gotas de lluvia al caer sobre el pavimento, en las hojas de un libro al abrirse, o tal vez, en todo aquello que me recuerde que la vida es esperanza.

Que la esperanza vive escondida, en algún lugar, siempre esperando salir a ayudarnos cuando, más, la necesitamos.

TIC TAC…TIC TAC… ¡Gracias por habernos visitado! ¡Gracias, por existir!

 

                                                  Saya  Maabar


 

LA  FRAZADA DE LANA

 

Ada miraba con sus ojos grandes los distintos colores de la lana que su madre preparaba, mientras miraba la televisión.

Sobre la mesa del comedor se mezclaban los verdes musgo, con los azules oscuros, los blancos y los rosas, también los rojos aterciopelados.

De vez en cuando los diminutos pelitos que salían de los bollos de lana y  le hacían picar la nariz,  ella, como siempre, en silencio, se restregaba su pequeña nariz, en silencio para no estorbar.

Pasaron los días y ella veía como su madre con unas agujas gruesas y perladas comenzaba el tejido. Múltiples colores se iban uniendo formando dibujos que sólo ella entendía, figuras aritméticas de colores distintos se asemejaban a una cascada de colores caídas de una paleta de pintor.

Ada se quedaba sentada, pacientemente, esperando que esa tela de lana, que se iba formando, creciera.

Pasaron semanas hasta que, sentada su madre con el tejido en sus manos, el tejido llegaba al suelo.

Entonces Ada se inclinaba y se metía en el hueco de las piernas de su madre, quedando cubierta por la frazada. Ella se sentía allí, protegida, amparada y así, esperaba.

Su madre la veía y se reía, luego seguía tejiendo por horas.

Así pasaron meses, pero Ada se sentía cada vez más triste y no sabía ¿por qué?

La cortina de colores llegó a su fin, su madre mostraba orgullosa la mullida frazada de lanas de colores, pero en un rincón Ada lloraba.

Nadie lo notó pero la frazada se había terminado y ella lloraba, no porque se había esfumado su refugio, no.

Ada sabía ahora, que su ilusión había sido en vano.

Su carita con picardía mientras se arrastraba bajo la cobija, quedarse horas en el suelo mientras su madre tejía, no le había dado lo que ella tanto ansiaba.

Su madre estaba orgullosa, había terminado la frazada pero Ada, seguiría esperando en vano, queso madre la acariciara o la besara.

Pasaron los años y Ada siguió recordando, con cariño, la frazada de lana, pero mientras sonríe una lágrima se desliza por su mejilla y su corazón se parte en dos. Ahora, lo sabe, nunca logró que su madre la amara…

 

                            Saya  Maabar


 

Mediodía de domingo

 

La casa antigua se encontraba silenciosa, de pronto, esa paz; escasa generalmente, se perdió y dio lugar a la sesión de golpes de ollas, agua corriendo y gritos de mi madre. Comenzaba a preparar el almuerzo.

Mi hermano de diez años de edad y yo de diez y siete, nos quedábamos en el comedor haciendo todo lo posible para no ser notados.

Todavía me parece ver a mi hermano, con los ojos muy abiertos y sus puños cerrados, esperando, casi en la oscuridad, no ser descubierto.

Mientras tanto los insultos contra nuestra abuelita y  nuestro padre nos producían un temor, tan grande, que ahora  ya maduros, ese miedo vuelve a surgir cuando alguien grita o insulta, aunque sea en broma o una pelea pasajera.

Siempre lo mismo, parvas de platos sin lavar, la mesa de la cocina cubierta de carne y verduras desordenadas y mi madre culpando a todo el mundo por tener que preparar la comida.

-        No sé para que estudié para Profesora de Piano, si iba a terminar así…

-        Pero ¡Claro! Esas viejas entrometidas insistían en que tenía que casarme…

 Esas viejas que nuestra madre nombraba eran, nuestra abuela materna y nuestra tía abuela, lo único que teníamos en nuestra mente como sinónimo de “familia”.

-        Y ¿para qué?, para casarme con un inútil, que además, es un miserable obrero, cuando yo tenía oportunidades a montones de casarme con un hombre como la gente…

Nuestro padre, sabiendo lo que se venía, se había ido temprano al fondo de la casa a tomar mate con nuestra abuela y tía abuela, allí estaban hablando y mateando bajo el limonero. Nosotros escuchábamos en la penumbra.

Más ruidos, más insultos, más temor de que comenzara con nosotros.

Y todo llega…

- ¡ah!, están ahí…

- yo sola matándome y ustedes seguro hablando mal de mí, ¿no?

- ¡No!, llegaba a balbucear, mientras mi hermano se quedaba mudo.

- Entonces ¿por qué no vinieron a ayudarme? Es porque estaban hablando algo que no querían que escuchara…

- No, decía yo

- No, pero sí. Agarrá esos platos y lavalos, hoy sino vamos a comer a las tres de la tarde. – Bueno, decía  yo, mientras acomodaba en una silla, alrededor de la mesa a mi hermano.

Luego, comenzaba a fregar y fregar. Parecía interminable la suciedad que con los días se había pegado; la pileta  tenía una rotura que hacía que el agua cayera sobre mis pies y mojara mis piernas, yo lo aguantaba estoicamente, pero el frió me hacía tiritar.

-        Ella preguntaba ¿Qué pasa?, ¡Ah!, el agua, yo la aguanto todos los días.

-        Yo mantenía el silencio para evitar que mi hermano escuchara más, de lo que ya escuchaba.

-         ¡Estás mojando el suelo! Y luego lo tengo que limpiar yo…

Esa era otra de sus mentiras, luego de terminar de cocinar y comer, yo era la encargada de limpiar todo, mi madre ensuciaba de salsa hasta la ventana.

-        Bueno ¡ya está!, tendé la mesa así terminamos con todo esto…

Pensar que el domingo era el único día que nos sentábamos todos juntos. Era hermoso pensar en ese día, pero yo, lo sigo recordando, con dolor y con un temor infantil de que pudiera volverse a repetir.

Luego, todos a la mesa: mi abuelita, mi tía abuela, mi papá, mamá y nosotros, en ese momento terminaba la batalla y comenzaba la guerra.

-        Nena, pasá los platos…

-        - Y así lo hacía…

-        ¡No ensucies el mantel!

Y el mantel tenía mas manchas que países el mapamundi.

-¡Que ricos están los fideos! Decía mi papá.

- ¡Vos comerías piedras!

-Pero están muy buenos de verdad…

- Bueno, después de todo lo que trabajé…

Y así se continuaba todo el tiempo hasta que terminaba el almuerzo.

Luego de tantos domingos amargos la mayor parte de los mediodía de domingo, tratábamos todos de hablar poco.

Cada palabra era motivo de una contestación cruel y denigrante. Mi hermano no hablaba, yo trataba de hacer bromas o contar algo, más que nada por mi hermanito y mis abuelas. Pero era inútil.

De la boca de mi madre salían acusaciones constantes, falsas e indignantes, que no se podían evitar.

Es el día de hoy que trato de comer rápidamente para no recordar sus palabras. Y también, trato de no sentarme.

Ante tantas acusaciones, mi tía abuela, le decía:

-        Querida tratemos de tener un almuerzo, un domingo en paz. Están los chicos.

-        Mejor, así saben  lo que es mi vida…

Y continuaba sin parar, sin respeto por nada ni por nadie.

- ¿ya terminaron, no?, nena levantá la mesa.

Ahí me paraba y sin terminar de comer, comenzaban mis tareas. Así fue por años y años.

El tiempo fue pasando, todos se fueron yendo de este mundo, menos mi padre.

Mi hermano se casó, yo sigo viviendo…Pero realmente no me gustan los domingos y menos aún: los mediodías de los días domingo.

Esos días, juntos o separados, sé que mi hermano y yo, por dentro, nos escondemos y lloramos…

 

                                                          Saya  Maabar

 

 

En el día de la Madre hagamos un lugar en nuestro corazónn para los padres que no pueden ver a sus hijos por tener algunas madres mala memoria y haber olvidado, que esa niña o niño,  fue el fruto de su amor, independientemente de lo que haya sucedido despúés.

Los hombres también lloran...

 

 

                                                              "Padres por sus hijos"

                                                         Asoc. Civ. sin fines de lucro

 

 

 

 

            Dedicado a Florencia Reigosa Strace

 

HOY VI A MI HIJA…

 

Hoy vi a mi hija,

La alcé en mis brazos

Pese que ya es grande.

Tiene siete años pero le encanta

Que la tenga entre mis brazos como

Cuando era más pequeña.

Hoy vi a mi hija.

Caminamos de la mano por las calles,

Miramos vidrieras de ropa y de juguetes.

Paramos en una veterinaria a mirar

Los animalitos que a ambos tanto nos gustan.

Hoy vía a mi hija…

Almorzamos juntos y planeamos ir al cine

En la próxima salida.

Elegimos la película y planeamos invitar de sorpresa

A su hermano que tanto la quiere.

Hoy vi. a mi hija…

La llevé a casa y en sus ojos brillaba la complicidad

Del secreto que compartíamos.

Jugó con Juami, su hermano “gigante” como ella le dice,

Miró televisión, tomó la merienda y

Nos reímos todos juntos.

Hoy vi a mi hija,

Pero en realidad, no la vi…

Solo, volví a la realidad luego de perderme

En la cabellera de una niña parecida

Que iba con su madre de paseo  y crucé por la calle. 

Hoy, simplemente

Hace más de un año y medio

Que no puedo ver a mi hija…

                                                         Roberto R Reigosa

 

 

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